Aunque a veces diga que no, aunque jure y perjure que la vida en la isla no me deja tiempo para nada más allá de la búsqueda de alimento, al final la verdad pone en evidencia el tamaño de mi mentira.
Y no hay más que darse una vuelta por Cabo Leeuwin para encontrar, por ejemplo, una de mis esculturas estúpidas. Y no porque sea una belleza o un gran adefesio, sino porque el arte efímero que nadie, salvo el autor, puede ver, se transforma inmediatamente en un sin sentido.
De todas formas sigo y seguiré cultivando plantaciones de piedras, al fin y al cabo, el arte es tan mortal como pasajero.
Anne