30 MARZO 2015: EL PROBLEMA DE ESTOS DÍAS


Autor: Blogracho
Relato: Sesiones con la psico-empática II – MARGARET

…el problema de estos días – se interrumpió Margaret dejando de girar los pulgares – ¡No!… “mi problema”, porque por eso estoy aquí, para hablar de mis demonios, no de los problemas del mundo. Ve como no sé vivir; no dedico tiempo para mí y cuando decido hacerlo pagando cien dólares la hora, lo primero que me viene en mente es hablar del problema de estos días… y me creo un gran manager. Será mejor que usted haga las preguntas, yo he perdido la práctica y no se hacerme preguntas inteligentes.

¿Cuál es el problema de estos días?

Ese es el problema de estos días, tener que pagar para poder hablar con alguien de lo que nos acongoja, y para que ese alguien te haga esas preguntas que uno no se atreve a hacerse y que te des cuenta que ese alguien solo es en grado de hacerte las mismas preguntas que uno ya se hace.

La gente no habla por hablar; por más que lo que se diga se considere irrelevante, siempre hay detrás una persona.

Y si estuviese fingiendo.

Se puedo fingir por un tiempo, pero no se puede fingir por toda la vida.  ¿Y por qué usted tendría que fingir conmigo?… Si la disturba tener que pagarme, no lo haga; tómelo con un favor recíproco; yo tengo poco tiempo para escuchar a las personas sin tener que ser pagada para hacerlo – y ni a usted ni a mí nos falta el dinero.

Por costumbre, creo – el problema de estos días es que vivimos estrábicos, con un ojo mirando hacia el pasado y el otro mirando hacia el futuro.  ¿El estrabismo se cura?

No lo sé. Pero creo que vivir el presente sea posible.

¿No es de irresponsables vivir el presente?

EL CÓDIGO DE SAINT-EXUPÉRY Y SU PRINCIPITO (V) – LO QUE REALMENTE TIENES QUE SABER ES QUE…


Autor: Blogracho
Capítulo V: LO QUE REALMENTE TIENES QUE SABER ES QUE...

Antoine no murió envenenado. Lo sé porque la serpiente no tiene más veneno para la segunda picadura…  Eso lo sabía nuestro Pequeño Príncipe, era justo por eso había caído en el desierto – para arreglar cuentas – y para poder marcharse con la certeza que la serpiente no mordería ni a su amigo ni a su rosa, y porque el código de Saint-Exupéry no existe – al menos “no” en la versión definitiva.

Y por eso te pido disculpas, mi amigo bloguero.

He querido crear un vínculo contigo pero no he cumplido con el principio esencial de la amistad: ser claros desde el principio. Pero si algo puedo decir en mi defensa es que, cuarenta y cuatro minutos al día no son suficientes para responder este enigma; por otro lado – y será por vía del ser mujer, y no de la postovulación literaria – no me canso nunca de hacerme preguntas; y si bien es cierto, no le haga más caso a las serpientes, lo intuitiva no se me quita. Sigo siendo curiosa y atrevida y busco siempre una respuesta a mis preguntas; y puedo distinguir entre una provocación y una prueba. Y eso fue lo que hice, seguí mi corazón rojo Valentino ciego de nacimiento y que no ha visto que yo he crecido. Me hice preguntas que los grandes parecen haber olvidado que son importantes, y pequé de lo que siempre pecamos las mujeres: de encontrar una respuesta. Y para terminar, porque se me están acabando mis cuarenta y cuatro minutos, añado algo más a mi defensa: hice lo que Antoine quería. Porque si en otra cosa nos parecemos Antoine y yo, es en esto: Antoine no quería que su libro se lea a la ligera, y a mí no me gusta leer a la ligera un libro.

Por eso usé la palabra enigma, para que tomes en serio mi relato; porque sé que los grandes necesitan escuchar nombres extravagantes para interesarse por cosas que nunca han dejado de existir y de ser esenciales. Por eso no debes estar desilusionado, ni triste, ni mucho menos pensar que yo te he engañado, porque el código de Saint-Exupéry sí existe, basta no leer a la ligera su libro, mirar al cielo y preguntarte: el cordero ¿se ha comido la rosa? Y verás cómo todo cambia…*

Y yo tengo una respuesta para este enigma, el problema es que no sé cómo explicarlo; por lo que lo mejor será comenzar en el principio:

Dedicatoria

A mi papá, un niño que jamás ha dejado de ser grande y que me ha enseñado – y será por vía de sus cataratas – a ver la vida con otros ojos. Y a los gatos; porque los gatos así como el corazón, nunca se equivocan y porque ambos saben que cuando el misterio es demasiado importante es imposible desobedecer, aunque solo se dispongan de cuarenta y cuatro minutos al día.*

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*El Principito, Antoine de Saint-Exupéry

** Las aventuras de Alicia en el país de las Maravillas, Lewis Carroll.

** El gato con botas, Giambattista Basile, Charles Perrault, Gianfrancesco Straparola

EL CÓDIGO DE SAINT-EXUPÉRY Y SU PRINCIPITO (III) – ¿POR QUÉ UN CORDERO?


Autor: Blogracho
Capítulo III: ¿POR QUÉ UN CORDERO?

El Pequeño Príncipe se sonroja, es un niño que no responde a las preguntas, pero con algunas se sonroja. “Y cuando se sonroja, significa sí, ¿verdad?” dice Antoine de Saint-Exupéry. Es una pincelada de acuarela en las mejillas, un toque de intimidad, impúdico y punzante que vale como una confirmación. (Prólogo del Principito)*

Y así fue que, con el libro entre mis manos y apenas en el prólogo, me encuentro con este Pequeño Príncipe y noto esa pincelada de acuarela en sus mejillas y me sonrojo.

También yo me sonrojo cuando algo me embaraza ¿sabes? De niño puede resultar divertido sentir ese fuego ligero quemarte las mejillas, pero de adulto, es vergonzoso embarazarse en ese modo.

También yo dibujaba cuando era pequeña ¿sabes? Hacía caricaturas. Y parecía que a los adultos les divertía verme dibujar, al menos hasta cuando les dije que quería ser una artista; en ese momento, y con la frente arrugada, me dijeron que los artistas en mí país solo pintaban las paredes de las casas, y que con este oficio no me alcanzaría para darle de comer a la familia, ni pasando un día. Entonces decidí que un día sería Presidente de la República; estaba segura de que con ese empleo daría de comer a todas las familias de mi país, y no solo a la mía; esta vez, con las arrugadas que les atravesaban la frente de una sien a la otra, escuché decirme – no te he educado para tragarte al pueblo como las anacondas, subida en un Mercedes y con corbata.

Fue así que, a la edad de seis años, yo también abandoné la posibilidad de una magnífica carrera como artista y de dar de comer a todas las familias de mi país, y no solo la mía.

Los grandes nunca entienden nada por sí solos y los niños se cansan de tener que explicarles cada vez todo.*

Sí. Yo también lo creo, Pequeño Príncipe. Cuánto nos parecemos los dos. Tú no respondes nunca a las preguntas y yo no me canso nunca de hacerlas…

¿Por qué un cordero? ¿Por qué no un conejo o un perro o un gato?

Ayer traté de dibujarme para que me conocieras. No tengo capa, ni vestido de princesa, pero tengo botas – a mí también me encantaban mis botas y ¡no me las quitaba nunca!… Me recordaban el Gato con Botas, y el Gato con Botas siempre me ha recordado el Gato sonriente de Alicia, de Cheshire, y viceversa. Sí, es extraño, pero es así que funciona mi memoria, haciendo asociaciones. Los gatos nunca se equivocan ¿sabes?

¿Te sentías solo en el desierto Pequeño Príncipe? – como Antoine y como yo…

A mí también me gustan los atardeceres; los dibujaba siempre.

Te muestro mi dibujo y me despido – un poco triste, ¿sabes? Ahora que sé que tú también te sentías solo, como Antoine y como yo, me siento triste.

Pero ya me he consolado: si existe la tristeza es porque hubo alegría o porque existe un afecto – como el tuyo por tu Rosa.

¿La amabas, verdad?

Lo sé porque vi como te sonrojabas.

Pero no te debes avergonzar, conmigo. Yo también me sonrojo, sobre todo cuando recuerdo a mi primer gran amor imposible.

¡Por eso me he dibujado sonriente y en un atardecer estrellado! Para ver si te consuelas, porque tú mejor que nadie sabes que uno siempre termina por consolarse*.

Blogracho1

Sí, mis atardeceres tienen estrellas; no porque las vea, sino porque las escucho. Y he querido ponerlas para que tú puedas ver tú atardecer cuarenta y cuatro con tantas estrellas que ríen, y para que sepas que yo también me he consolado y que, si lo que querías era jugarle una mala pasada a Antoine, ahora puedes estar más que satisfecho, porque también a mí me la has jugado. Cada vez que yo no miro al cielo y escucho esa multitud de cascabelitos que saben reír, yo también rio con tu risa, como Antoine.

 .

 *El Principito, Antoine de Saint-Exupéry

** Las aventuras de Alicia en el país de las Maravillas, Lewis Carroll

** El gato con botas, Giambattista Basile, Charles Perrault, Gianfrancesco Straparola

EL CÓDIGO DE SAINT-EXUPÉRY Y SU PRINCIPITO (II) – EL BLOGRO DEL PRINCIPITO


Autor: Blogracho
Capítulo II: EL BLOGRO DEL PRINCIPITO

Todo empezó cuando decidí crear un blog, con la intención de hacer de la escritura un rito. Sí, un rito, como lo han hecho los grandes de la literatura, desde Balzac, que escribía toda la noche bebiendo litros y litros de café, hasta la Munro, que con una mano sostenía la plancha y con la otra escribía a máquina.

Un rito que consiste en extrapolarle a mi jornada cuarenta y cuatro minutos para escribir y publicar algo en el blog, durante seis días a la semana. El séptimo día lo reservo para para afilar la cierra, como diría Stephen R. Covey**; yo prefiero llamarlo: un día para rellenar el tintero… Y todo andaba liso hasta que me llegaron esos días difíciles por los que pasa todo escritor que se empeña, novel o nobel que sea: la postovulación literaria.

Me sentía cansada, insípida y sin libido creativo; sin un motivo válido para seguir consternando mis días que de por sí se consumen subidos en una caminadora que va a setenta kilómetros por hora – caminando. Entonces me paré, di un paso atrás, y comencé a leer de nuevo este pequeño gran libro que un día inspiró este blog y el BLOGO DEL PRINCIPITO.

Y mientras lo leía, mi corazón rojo Valentino comenzó a latir siempre más fuerte:

-¿Qué significa “domesticar”? – preguntó el principito.

-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa “crear vínculos…”

-¿Crear vínculos?

-Efectivamente -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo…*

Por esto, por los vínculos, por Antoine, por El Principito, por el zorro, por la Rosa y por ti: aunque a veces sienta que no soy capaz y que no tengo nada interesante que decir, yo tengo que seguir escribiendo en mi blog. Porque cuando yo escribo, mi corazón no se cansa de bailar al ritmo del bombo, y porque cuando el corazón late así de fuerte es señal de que está vivo – y yo tengo que escucharlo.

Y mi blog será para mí lo que fue la Rosa para el principito. Lo visitaré todos los días, y lo dejaré hablar aunque no siempre me guste lo que me diga; y yo le diré con sinceridad lo que pienso poniendo atención en mis palabras, para no herirlo. Lo alimentaré y lo haré crecer. Quizás no será uno de los más bellos de la blogosfera, ni tampoco el más original, ni el más brillante, ni mucho menos el más intelectual y culto – pero será siempre mío. Y terminará siendo para mí único en el mundo, aunque haya millones de los mismos, y yo seré única para mi blog, porque sin mí este no existiría.

Y si mi blog es para mí como la Rosa con cuatro espinas para El Principito, ustedes son como el zorro para mi blog. Entonces tendré que crear un vínculo entre ustedes y mi blog, a través de un rito (otra cosa olvidada). Escribiré algo todos los días y a la misma hora. Así tú podrás irme a buscar entre miles de publicaciones sin temor a no encontrarme, porque sabrás que yo te habré hablado a esa misma hora. Y los domingos sabrás que yo estaré rellenando mi tintero para recuperar mis energías y poder hablarte por el resto de la semana. Y aprenderás a reconocer mi voz y las barrabasadas que digo, y no te asustarás cuando no suene muy contenta o cuando diga algo fuera de lugar, porque serás mi amigo, porque habrás aprendido a conocerme y porque habremos creado un vínculo. Así que, dondequiera que tú estés, debes saber que regresaré siempre a media noche de Italia y que si me esperas o me buscas a esa hora, yo estaré ahí, para hablar contigo.

¡Oh!, me estaba olvidando del enigma.

Si no hubiese aprendido que cuando este corazón rojo Valentino late así de fuerte es señal de que está vivo y que yo tengo que escucharlo, dejaría a un lado estos pensamientos absurdos a lo Dan Crow en su Código Da Vinci. Los aniquilaría. Pero cómo hacerlo, si ayer, mientras me dejaba fechar de nuevo por mi Pequeño Príncipe, mi cerebro – y será por vía de la postovulación literaria, deben perdonarme – comenzó a hacer de El Principito el Código de Saint-Exupéry, y el corazón me palpitaba siempre y cada vez más y más y más fuerte, al ritmo del BOM-BOM, BOM-BOM, BOM-BOM.

El problema de este enigma es que no sé cómo explicarlo; por lo que lo mejor será comenzar en el principio.

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* El Principito, Antoine de Saint-Exupéry

** El Código Da Vinci, Dan Brown

** Los 7 secretos de la gente altamente efectiva, Stephen R. Covey

EL CÓDIGO DE SAINT-EXUPÉRY Y SU PRINCIPITO (I) – VOLVÍ A CAER EN LAS GARRAS DE ANTOINE…


Autor: Blogracho
Capítulo I: VOLVÍ A CAER EN LAS GARRAS DE ANTOINE...

Volví a caer en las garras de Antoine y, como siempre, terminé más intrigada del Pequeño Príncipe de cómo había iniciado.*

Más que una intriga, es un enigma.

Sí, propio así. Un enigma que me inquieta y que me está carcomiendo el corazón y que me lo hace palpitar como un bombo: tan fuerte tan fuerte, que con cada bom-bom, bom-bom, bom-bom, se levanta el viento, y el viento levanta las paredes de mi corazón rojo Valentino que suelta las baquetas pero que las vuelve a coger con violencia, para seguir palpitando. No está jugando ¡no! Es solo que no ve lo que hace.

Porque eso que dicen del corazón, que es ciego, en mi caso, es cierto. El mío en particular es ciego de nacimiento y no logra ver fuera de estas paredes rojo Valentino; por ende, mi corazón ciego de nacimiento que viste rojo Valentino, no ha podido ver que yo he crecido.

No ve. No sabe de razones. Como tampoco sabe que en estos años yo he llegado a conocerlo, y que he aprendido que cuando este músculo con paredes rojo Valentino late al ritmo del bombo – tengo que escucharlo. Porque cuando el corazón late así de fuerte – es señal de que está vivo.

Y será por como leí esta vez el Principito – como cuando de pequeña caía un libro en mis manos y no lograba avanzar de página aunque que el libro fuese fascinante – que de nuevo este corazón ciego de nacimiento que viste rojo Valentino y que no ha podido ver que yo he crecido, comenzó a palpitar al ritmo del bombo.

Y yo que siempre me había reprochado mi falta de concentración a la hora de leer. Pero hasta ayer. Ayer dejé de hacerlo. Ayer que reviví ese método de lectura muy mío, y que volví a sonreír y a ser feliz como cuando yo era niña y me pasaba las tardes divagando por las páginas de un libro, sin cambiar de página. Donde algunas veces mi voz sustituía la del narrador y era yo que continuaba hasta terminar la historia; otras me gustaba pensar que el autor me explicaba porqué escribía una cosa en lugar de otra, o porqué le hacía hacer una cosa a un personaje cuando le hubiese gustado hacerle hacer otra, opuesta a la que terminó por escribir en esas páginas.

El problema de este enigma es que no sé cómo explicarlo; por lo que lo mejor será comenzar en el principio.

* El Principito, Antoine de Saint-Exupéry

LOS 50 COLORES DEL CIELO III – ANARANJADO ATARDECER (MICRO-TRILOGÍA)


Autor: Blogracho
Capítulo III: Anaranjado atardecer

Llegó el momento de volver a partir para Alicia. Volver era un verbo que Alicia no había terminado de entender. Siempre les decía a sus hijos que era un verbo injusto; que se podían volver a cometer los mismos errores, volver a herir a las mismas personas, volver a amar a quien te odia y a odiar a quien te ama, sin necesidad de volver atrás en el tiempo. Pero cuando se trataba de volver a revivir un momento de felicidad, volver a amar a tu primer amor, volver a tener la inocencia de la juventud, no era posible; no era posible porque en estos casos era necesario – por una razón que hasta ahora ella ignoraba – volver atrás en el tiempo, y el tiempo no retrocede, ni siquiera para coger impulso.

Alicia le había pedido al marido que antes de partir la llevara a una playa que distaba a dos horas del aeropuerto. La última vez que había estado allí había sido veinte tres años atrás, con su padre, y antes de partir rumbo al continente apolillado. Esa fue también la última vez que Alicia vio al padre.

En el trayecto, el marido le preguntó qué cosa recordaba de su padre en ese atardecer. Alicia se volteó hacía el océano con el humo del cigarrillo que le nublaba la vista y no dijo nada. Después de unos minutos, con voz tímida le respondió que de esa tarde no recordaba nada, excepto que el cielo parecía una inmensa pared anaranjada; y que había visto caer el sol en el mar como una moneda de oro gigante en una alcancía infinita de color plateado.

Después de ese breve cruce de palabras no habían vuelto a decir nada. Alicia era pesarosa.

En la playa se sentaron sobre una toalla. Alicia se cubrió los pies con la arena tibia y amarillenta desde las canillas hasta los dedos, dejando entrever los meñiques esmaltados de rojo púrpura.

Creo que ese día escuché hablar al cielo, dijo Alicia a su marido mirándolo con ojos de confianza. Solía ser siempre yo la que hablaba pero ese día no me andaba. En el fondo sabía que no volvería, no para quedarme. Mi padre que me vio inmersa en mis pensamientos me propuso que jugáramos a las voces que no hablan. Te acuerdas que de niña me contabas lo que te decían las voces que no hablan, le había dicho el padre refiriéndose a los pensamientos. Y Alicia sonriendo se puso de pie, y con la brisa del crepúsculo que se divertía a dar paletadas de amarillo con el cabello de Alicia en esa inmensa pared anaranjada, comenzó a recitar alzando los brazos.

Hoy el cielo se despertó sonriente y con los ojos que le centelleaban. Está enamorado y es correspondido. Me contó que durante la noche había pasado por estas partes la nube que él ama, y que se había detenido por algunos minutos. Que dijo también que su instinto de cortejador lo llevaron a improvisar una serenata para conquistarla, y que con unas cuantas estrellas armó un mariachi y comenzó a cantarle “Cielito lindo”. Pero se dio cuenta que solo un tonto vanidoso enamorado se cantaba así mismo. Entonces con un silbido llamó a Cupido y le pidió que dejara la flecha de parte, porque él no quería herir a su amada, y que cogiera a las estrellas como castañuelas y que le cantara a su amada “El toro enamorado de la luna” para fecharla. Pero se dio cuenta que solo un demente podía declarar su amor usando la declaración de otro enamorado. Entonces se dio cuenta que si él no era bueno con las palabras no podía usar las palabras de otro para enamorar a su amada, y se dio por vencido.  Y estaba resignado a no volver a ver nunca más a su amada porque sabía que ella tenía que proseguir su camino. Entonces le pidió a la Luna que dejara de mirar por un instante al Toro y que iluminara al menos por pocos segundo la silueta de su amada para que él pudiese recordarla. Y la Luna que sabía que cosa era sentirse enamorado le concedió ese deseo. Bastó solo un poco de su luz nocturna de la Luna para que el Cielo viera que también su Amada lo estaba mirando con mirada enamorada.

Fin       

LOS 50 COLORES DEL CIELO II – BLANCO COCA (MICRO-TRILOGÍA)


Autor: Blogracho
Capítulo II: Blanco coca

Durante los días transcurridos en su país, Alicia se dedicó a contemplar su cielo; y más lo contemplaba, y más Alicia se convencía de que su cielo azul terciopelo no estaba intacto y tal cual como ella lo había dejado.

Hasta con el cielo el tiempo es inclemente, pensó Alicia. A su cielo azul terciopelo le estaban saliendo las primeras arrugas, como a ella. Es culpa del tiempo y del sol fosforescente de estas partes, que como un desempleado sale todos los días para quemar el tiempo, dijo en voz alta Alicia. Y quiso a su cielo más que antes y sintió nostalgia por él, por su soledad, por su cansancio y se sintió culpable por la condición en la que lo había encontrado y se recriminó por haberle robado las Tres Marías pocos años después de haber partido y por haber amado a otro cielo.

Todo comenzó cuando Alicia entró en el mundo de la moda. Las Tres Marías le parecían tan fuera de tendencia que decidió darles un nombre de clase – el Cinturón de Orión, que lo usó, primero como minifalda y después como diadema, hasta que terminó por olvidarse de su existencia.

Un cierto día, Alicia, que estaba en el pleno de un vuelo, comenzó a observar el cielo. Hoy el cielo parece un inmenso colchón de plumas, ¡cuánto es suave, ondulado y sedoso al tacto!, dijo Alicia. Con estas paredes celeste bebé, abrigadas por el sol frío del alba, te vienen ganas de abrir la puerta y lanzarte sin temor a precipitar en el abismo, alucinaba Alicia. Botarse sin miedo y en la caída sentir el viento que te humedece las mejillas y que te tira hacia atrás los cabellos, que te refresca el cuello, la cintura, las rodillas, las canillas, hasta llegar a la punta del meñique esmaltado de rojo purpura.

Al rato, le pareció que al colchón le habían puesto una gran sábana blanca sin pliegues. Parecía almidonada. Como si la estuviesen tirando desde cada uno de los puntos cardinales por cuatro querubines que el mismo Dios en persona había escogido, supuso Alicia. Es como si las nubes hubiesen sido planchadas, concluyó, y continúo a extasiarse en esa sábana sin arrugas tamaño tierra, y se entregó y se enamoró del blanco coca que confinaba con el celeste bebé que no era más bebé, porque el celeste se había pintado de discordia. Dios estaba enfurecido. Había desterrado a Lucifer y le faltaba un arcángel para sostener el cielo.

Y desde de la ventana, Alicia vio caer una pestaña que iba dejando una marca negra de lágrimas en ese cielo celeste discordia; la vio penetrar de golpe en esa sábana blanca priva de arrugas, sintió cuando la perforaba para luego desaparecer de su vista, de su vida. Debe haber aterrizado en Roma, dijo llorando Alicia, que no lograba ver la tierra firme. Hasta que poco a poco las nubes, que seguían caminando abrazadas y muy pegaditas, comenzaron a sentirse sofocadas. Y a medida que Alicia aterrizaba, ese colchón hecho de nubes comenzó desmigajarse.

Continúa…

LOS 50 COLORES DEL CIELO I – AZUL TERCIOPELO (MICRO-TRILOGÍA)


Autor: Blogracho
Capítulo I: Azul terciopelo

Cuando Alicia regresó a su país, lo primero que notó fue el color del cielo. Estaba intacto. Tal cual lo había dejado antes de emigrar a ese continente que suelen llamar viejo, y que ella se divertía en llamar “apolillado”.

Mi cielo es como una manta de terciopelo azul marino con lentejuelas plateadas, solía recitar Alicia cuando era pequeña. Ha sido dado en custodia a laboriosos serafines de corazón alegre, que incrustan una estrella cada vez que nace un niño por estas partes, concluía con voz risueña y bajando los dos brazos.

Podía estar horas a contemplar las Tres Marías, y se complacía en pensar que era una de ellas y se volvía coqueta y sonreía y envidiaba que siempre se tuviesen compañía.

Antes de iniciar su aventura como nómada, pensaba que a donde quiera que ella fuese, una cosa jamás la abandonaría: su cielo de terciopelo. Pero no fue así. No fue así por el simple hecho de que esa manta infinita está cocida con retazos, tantos, cuantos pueblos y ciudades existen en todo el universo.

Siena, Beijing, Oslo, Niza, Siem Reap, Praga, la Isla de Pascua… Algunos de estos cielos podrían pasar por una buena imitación, algunos se asemejan entre ellos; pero de algo estaba convencida Alicia, ninguno sería jamás igual de acogedor que su cielo.

Los peores son los que se vanaglorian de estar a la moda, decía Alicia cuando era adolescente. Milán, por ejemplo. Qué se desplome el cielo y que me destripe, si no es verdad que ese retazo de trapo ha sido puesto en manos de serafines belicosos; que por cada advenimiento, en lugar de bordar una estrella, escupen, donándole esa tonalidad gris semitransparente, y que en lugar de una caricia le dan un puño volviéndolo áspero y que cuando gritan opacan con sus alientos a smog el brillo de las lentejuelas, que Alicia en secreto continuaba a imaginar que seguía viendo.

Continúa…