Autor: Blogracho
Capítulo I: Azul terciopelo
Cuando Alicia regresó a su país, lo primero que notó fue el color del cielo. Estaba intacto. Tal cual lo había dejado antes de emigrar a ese continente que suelen llamar viejo, y que ella se divertía en llamar “apolillado”.
Mi cielo es como una manta de terciopelo azul marino con lentejuelas plateadas, solía recitar Alicia cuando era pequeña. Ha sido dado en custodia a laboriosos serafines de corazón alegre, que incrustan una estrella cada vez que nace un niño por estas partes, concluía con voz risueña y bajando los dos brazos.
Podía estar horas a contemplar las Tres Marías, y se complacía en pensar que era una de ellas y se volvía coqueta y sonreía y envidiaba que siempre se tuviesen compañía.
Antes de iniciar su aventura como nómada, pensaba que a donde quiera que ella fuese, una cosa jamás la abandonaría: su cielo de terciopelo. Pero no fue así. No fue así por el simple hecho de que esa manta infinita está cocida con retazos, tantos, cuantos pueblos y ciudades existen en todo el universo.
Siena, Beijing, Oslo, Niza, Siem Reap, Praga, la Isla de Pascua… Algunos de estos cielos podrían pasar por una buena imitación, algunos se asemejan entre ellos; pero de algo estaba convencida Alicia, ninguno sería jamás igual de acogedor que su cielo.
Los peores son los que se vanaglorian de estar a la moda, decía Alicia cuando era adolescente. Milán, por ejemplo. Qué se desplome el cielo y que me destripe, si no es verdad que ese retazo de trapo ha sido puesto en manos de serafines belicosos; que por cada advenimiento, en lugar de bordar una estrella, escupen, donándole esa tonalidad gris semitransparente, y que en lugar de una caricia le dan un puño volviéndolo áspero y que cuando gritan opacan con sus alientos a smog el brillo de las lentejuelas, que Alicia en secreto continuaba a imaginar que seguía viendo.
Continúa…
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