PREMIO DARDOS


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Gracias a El CORAZON DE SISIKA por concederme el PREMIO DARDOS.

(https://elcorazondesisika.wordpress.com/2015/02/14/premio-dardos/)

El Premio Dardos es un premio otorgado por otros blogueros, como reconocimineto a la dedicación, la creatividad y el esfuerzo de mantener un blog; y nadie mejor que un bloguero para saber el esfuerzo que un blog representa.

Las reglas de este premio, si se acepta, son las siguientes:

1- Hay que incluir una imagen del premio en el blog.

2- Mencionar y enlazar el blog que nos ha otorgado el premio.

3- Otorgar el premio a 15 blogueros.

¿Si acepto el premio?

Por supuesto. Sobre todo viniendo de EL CORAZON DE SIKIKA: de escritura alegre, noble y viva, así es Sisika. Un gracias sincero, de un corazón Blogracho.

Mis 15 blogueros. Qué decir: a mí me gustan:

Yo soy Daniel H. – https://elhombrequequieroser.wordpress.com/

Viva greguerías – https://viva.wordpress.com/

Veronica Mroczek – https://compartiendolavida1.wordpress.com/

Suaves matices – https://suavesmatices.wordpress.com/

Proyecto S.S – https://proyectseven.wordpress.com/

Pluma y Papel – https://papelpluma.wordpress.com/

Natalia Penchas – http://nataliapenchas.com/

Mente y corazón – https://menteycorazondotcom.wordpress.com/

Los microcuentos de Sibarel – https://elsibarel.wordpress.com/

Letras promiscuas – https://misspons.wordpress.com/

La come letras – https://lacomeletras.wordpress.com/

JöRcH’s Blog – https://elblogdejorch.wordpress.com/category/relatos/

Impresiones del Mundo – http://impresionesdelmundo.com/

Desmontando a Kate B – https://desmontandoakate.wordpress.com/

Cabo Leeuwin – https://caboleeuwin.wordpress.com/

Aquí somos – https://khajinecia.wordpress.com/

LOS 50 COLORES DEL CIELO III – ANARANJADO ATARDECER (MICRO-TRILOGÍA)


Autor: Blogracho
Capítulo III: Anaranjado atardecer

Llegó el momento de volver a partir para Alicia. Volver era un verbo que Alicia no había terminado de entender. Siempre les decía a sus hijos que era un verbo injusto; que se podían volver a cometer los mismos errores, volver a herir a las mismas personas, volver a amar a quien te odia y a odiar a quien te ama, sin necesidad de volver atrás en el tiempo. Pero cuando se trataba de volver a revivir un momento de felicidad, volver a amar a tu primer amor, volver a tener la inocencia de la juventud, no era posible; no era posible porque en estos casos era necesario – por una razón que hasta ahora ella ignoraba – volver atrás en el tiempo, y el tiempo no retrocede, ni siquiera para coger impulso.

Alicia le había pedido al marido que antes de partir la llevara a una playa que distaba a dos horas del aeropuerto. La última vez que había estado allí había sido veinte tres años atrás, con su padre, y antes de partir rumbo al continente apolillado. Esa fue también la última vez que Alicia vio al padre.

En el trayecto, el marido le preguntó qué cosa recordaba de su padre en ese atardecer. Alicia se volteó hacía el océano con el humo del cigarrillo que le nublaba la vista y no dijo nada. Después de unos minutos, con voz tímida le respondió que de esa tarde no recordaba nada, excepto que el cielo parecía una inmensa pared anaranjada; y que había visto caer el sol en el mar como una moneda de oro gigante en una alcancía infinita de color plateado.

Después de ese breve cruce de palabras no habían vuelto a decir nada. Alicia era pesarosa.

En la playa se sentaron sobre una toalla. Alicia se cubrió los pies con la arena tibia y amarillenta desde las canillas hasta los dedos, dejando entrever los meñiques esmaltados de rojo púrpura.

Creo que ese día escuché hablar al cielo, dijo Alicia a su marido mirándolo con ojos de confianza. Solía ser siempre yo la que hablaba pero ese día no me andaba. En el fondo sabía que no volvería, no para quedarme. Mi padre que me vio inmersa en mis pensamientos me propuso que jugáramos a las voces que no hablan. Te acuerdas que de niña me contabas lo que te decían las voces que no hablan, le había dicho el padre refiriéndose a los pensamientos. Y Alicia sonriendo se puso de pie, y con la brisa del crepúsculo que se divertía a dar paletadas de amarillo con el cabello de Alicia en esa inmensa pared anaranjada, comenzó a recitar alzando los brazos.

Hoy el cielo se despertó sonriente y con los ojos que le centelleaban. Está enamorado y es correspondido. Me contó que durante la noche había pasado por estas partes la nube que él ama, y que se había detenido por algunos minutos. Que dijo también que su instinto de cortejador lo llevaron a improvisar una serenata para conquistarla, y que con unas cuantas estrellas armó un mariachi y comenzó a cantarle “Cielito lindo”. Pero se dio cuenta que solo un tonto vanidoso enamorado se cantaba así mismo. Entonces con un silbido llamó a Cupido y le pidió que dejara la flecha de parte, porque él no quería herir a su amada, y que cogiera a las estrellas como castañuelas y que le cantara a su amada “El toro enamorado de la luna” para fecharla. Pero se dio cuenta que solo un demente podía declarar su amor usando la declaración de otro enamorado. Entonces se dio cuenta que si él no era bueno con las palabras no podía usar las palabras de otro para enamorar a su amada, y se dio por vencido.  Y estaba resignado a no volver a ver nunca más a su amada porque sabía que ella tenía que proseguir su camino. Entonces le pidió a la Luna que dejara de mirar por un instante al Toro y que iluminara al menos por pocos segundo la silueta de su amada para que él pudiese recordarla. Y la Luna que sabía que cosa era sentirse enamorado le concedió ese deseo. Bastó solo un poco de su luz nocturna de la Luna para que el Cielo viera que también su Amada lo estaba mirando con mirada enamorada.

Fin       

LOS 50 COLORES DEL CIELO II – BLANCO COCA (MICRO-TRILOGÍA)


Autor: Blogracho
Capítulo II: Blanco coca

Durante los días transcurridos en su país, Alicia se dedicó a contemplar su cielo; y más lo contemplaba, y más Alicia se convencía de que su cielo azul terciopelo no estaba intacto y tal cual como ella lo había dejado.

Hasta con el cielo el tiempo es inclemente, pensó Alicia. A su cielo azul terciopelo le estaban saliendo las primeras arrugas, como a ella. Es culpa del tiempo y del sol fosforescente de estas partes, que como un desempleado sale todos los días para quemar el tiempo, dijo en voz alta Alicia. Y quiso a su cielo más que antes y sintió nostalgia por él, por su soledad, por su cansancio y se sintió culpable por la condición en la que lo había encontrado y se recriminó por haberle robado las Tres Marías pocos años después de haber partido y por haber amado a otro cielo.

Todo comenzó cuando Alicia entró en el mundo de la moda. Las Tres Marías le parecían tan fuera de tendencia que decidió darles un nombre de clase – el Cinturón de Orión, que lo usó, primero como minifalda y después como diadema, hasta que terminó por olvidarse de su existencia.

Un cierto día, Alicia, que estaba en el pleno de un vuelo, comenzó a observar el cielo. Hoy el cielo parece un inmenso colchón de plumas, ¡cuánto es suave, ondulado y sedoso al tacto!, dijo Alicia. Con estas paredes celeste bebé, abrigadas por el sol frío del alba, te vienen ganas de abrir la puerta y lanzarte sin temor a precipitar en el abismo, alucinaba Alicia. Botarse sin miedo y en la caída sentir el viento que te humedece las mejillas y que te tira hacia atrás los cabellos, que te refresca el cuello, la cintura, las rodillas, las canillas, hasta llegar a la punta del meñique esmaltado de rojo purpura.

Al rato, le pareció que al colchón le habían puesto una gran sábana blanca sin pliegues. Parecía almidonada. Como si la estuviesen tirando desde cada uno de los puntos cardinales por cuatro querubines que el mismo Dios en persona había escogido, supuso Alicia. Es como si las nubes hubiesen sido planchadas, concluyó, y continúo a extasiarse en esa sábana sin arrugas tamaño tierra, y se entregó y se enamoró del blanco coca que confinaba con el celeste bebé que no era más bebé, porque el celeste se había pintado de discordia. Dios estaba enfurecido. Había desterrado a Lucifer y le faltaba un arcángel para sostener el cielo.

Y desde de la ventana, Alicia vio caer una pestaña que iba dejando una marca negra de lágrimas en ese cielo celeste discordia; la vio penetrar de golpe en esa sábana blanca priva de arrugas, sintió cuando la perforaba para luego desaparecer de su vista, de su vida. Debe haber aterrizado en Roma, dijo llorando Alicia, que no lograba ver la tierra firme. Hasta que poco a poco las nubes, que seguían caminando abrazadas y muy pegaditas, comenzaron a sentirse sofocadas. Y a medida que Alicia aterrizaba, ese colchón hecho de nubes comenzó desmigajarse.

Continúa…

LOS 50 COLORES DEL CIELO I – AZUL TERCIOPELO (MICRO-TRILOGÍA)


Autor: Blogracho
Capítulo I: Azul terciopelo

Cuando Alicia regresó a su país, lo primero que notó fue el color del cielo. Estaba intacto. Tal cual lo había dejado antes de emigrar a ese continente que suelen llamar viejo, y que ella se divertía en llamar “apolillado”.

Mi cielo es como una manta de terciopelo azul marino con lentejuelas plateadas, solía recitar Alicia cuando era pequeña. Ha sido dado en custodia a laboriosos serafines de corazón alegre, que incrustan una estrella cada vez que nace un niño por estas partes, concluía con voz risueña y bajando los dos brazos.

Podía estar horas a contemplar las Tres Marías, y se complacía en pensar que era una de ellas y se volvía coqueta y sonreía y envidiaba que siempre se tuviesen compañía.

Antes de iniciar su aventura como nómada, pensaba que a donde quiera que ella fuese, una cosa jamás la abandonaría: su cielo de terciopelo. Pero no fue así. No fue así por el simple hecho de que esa manta infinita está cocida con retazos, tantos, cuantos pueblos y ciudades existen en todo el universo.

Siena, Beijing, Oslo, Niza, Siem Reap, Praga, la Isla de Pascua… Algunos de estos cielos podrían pasar por una buena imitación, algunos se asemejan entre ellos; pero de algo estaba convencida Alicia, ninguno sería jamás igual de acogedor que su cielo.

Los peores son los que se vanaglorian de estar a la moda, decía Alicia cuando era adolescente. Milán, por ejemplo. Qué se desplome el cielo y que me destripe, si no es verdad que ese retazo de trapo ha sido puesto en manos de serafines belicosos; que por cada advenimiento, en lugar de bordar una estrella, escupen, donándole esa tonalidad gris semitransparente, y que en lugar de una caricia le dan un puño volviéndolo áspero y que cuando gritan opacan con sus alientos a smog el brillo de las lentejuelas, que Alicia en secreto continuaba a imaginar que seguía viendo.

Continúa…