09 MARZO 2015: OLOR A LIBRO


Autor: Blogracho

Cuando leo un libro me gusta sentir el olor que tiene. Cada libro tiene un olor característico, semejante al del ser humano y al olor que emana su cuerpo. Único, como las huellas dactilares. Antes de penetrarme con la historia, lo observo desde afuera y me gusto las sensaciones que me procuran el color de su portada y el tamaño de su título. Pocas veces me he equivocado: la portada dice mucho de su contenido. No cuanto sea grueso; para una amante de las historias cortas, la dimensión no cuenta. Luego lo abro instintivamente y apoyo mi dedo en cualquier parte, donde caiga, y lentamente, comienzo a leerlo. Me limito a una frase o a un párrafo. Catarlo la primera vez en este modo es emocionante, es como espiar a alguien al improviso en cualquier momento de su vida; y aunque parezca mentira, me basta husmear un párrafo para entender si lo que tengo en mis manos es un perfume o agua de colonia, si se me quedará impregnado o se volatizará apenas terminado. Pero hasta las aguas de colonia son fragancias. Cuando leo, resalto aquellas frases o escenas que me gustan – llegando a tener libros que terminan como grandes pájaros colorados. Pero lo que más disfruto cuando leo un libro, es cuando una frase o una escena queda vibrando para siempre en mi memoria. Es como haberme rociado un perfume indeleble. Se puede evaporar de mi memoria gran parte de la trama, pero esa frase me quedará vibrando para siempre. Cuando esto me ocurre, es como alcanzar el clímax – mejor todavía – porque este no acaba.

26 Enero 2015: ¿DE DÓNDE ME SACO LAS IDEAS?


Autor: Blogracho

Decir que tengo miedo es poco. Estoy aterrorizada.

Cuando escribía para mí era todo simple. Escribía cuando tenía tiempo, de corrido y sin hacer correcciones. Como la vida misma; un libro que se va haciendo segundo a segundo y sin derecho a hacer un paréntesis.

Había llegado a un punto en que estaba llenando esas páginas como subida en una caminadora. Todos los días era una carrera. Algunos días me parecía estar corriendo una maratón detrás de otra: Nueva York, Boston, Berlín, Paris. En Paris me hubiese gustado detenerme para admirar la Torre Eiffel, la Torre de Hierro; subirla por el exterior dando un paso a la vez y bajarla por el otro lado de igual manera y sin que me de vértigo.  Pero cuando menos me lo esperaba estaba en Tokio, en la Torre de Hierro de Tokio. Y si no fuese por el diploma no recordaría que gané la carrera en Londres, porque del premio ni hablar, va en beneficencia. ¡Joder! Ahora no sé si en realidad estuve o soñé haber estado en Chicago, Barcelona, Roma, Atenas y si regresé a Boston…  Y a pesar de todo este tran-tran, yo siempre seguía ahí, corriendo en esa puta caminadora y sin avanzar de una sola página.

Hasta que un día me dije: ¿Por qué no? Tanto ¿quién podrá leerme? Y por último, si me leen a quién podrá gustar lo que yo escribo…

¡Joder! ¿Y ahora qué hago? ¿De dónde me saco las ideas? Me tengo que subir de nuevo a la puta caminadora.

06 Enero 2015: LOS SIETE SECRETOS DE LOS PROLIFICOS


Autor: Blogracho

Es el libro de Hillary Rettig, que desaconsejo leer si lo que buscas es aprender a escribir como los grandes maestros de la literatura o sencillamente aspiras a escribir algo -leíble. Pero te será de gran utilidad si lo que quieres es terminar a toda costa un libro (cualquiera) y disfrutar de la perversidad del novel, que se activa y fermenta, al detectar errores e incoherencias de uno que se abanta de ser prolífico.

Es que Rettig es obsesionada con las palabras y con las páginas, con contarlas; su único y repetitivo consejo es el de que escribas inconscientemente y escribas y escribas (inconscientemente) hasta que llegues a tener pesadillas en la que llevas toda la noche tecleando cada una de las palabras que te pasan por la antecámara del cerebro: pescado frito con sueño de almidón de fútbol en la televisión con helado descongelado en el día de Reyes con seis grados bajo cero. Hasta que te suena el cronómetro que te indica que se han terminado los treinta segundos libres que tenías para dedicarte a tu libro, entre levantarte del retrete y lavarte las manos, después de haber defecado cuantas palabras has tecleado porque tu único objetivo en esa noche en tinieblas era martillar esas putas teclas sin pensar en el contenido, en la sintaxis, en la historia. Para que ese escritor reprimido salga de ti como un clavo sacado por otro clavo y brille por clavar libros. Sudas. Aprietas tus dedos en el cuello de tu pareja y mientras lo estrangulas gritas: ¡solo veinticuatro palabras en treinta segundos!; tengo que llegar a sesenta mil, tengo que llegar a sesenta mil, tengo… Te despiertas con el ardor en la mejilla que te ha provocado la bofetada que has apena recibido y jadeas.