Cuando aniego en el agua salada de mis lágrimas yo revivo.
¿Qué más dulce y más amargo puede haber de las propias lágrimas?, allí donde residen las ilusiones de un ayer desvanecido en el libro de las memorias y de un mañana rociado del fulgor de los pensamientos.
Ha sido solo cuando he caído que he catado el gozo de la gloria y he sentido la paz y la serenidad del ser nada.