Rabia mojigata


La rabia. La conozco. Mojigata que me ha carcomido el júbilo por la vida en estos últimos años.

«No hay motivo alguno que justifique el rabiarse» escuché decir a un monje; me pregunto si aludía al enfado, al dolor o a las dos cosas… en todo caso yo temo haber padecido de ambas y sin haber pegado un grito.

Cómo me gustaría ser como aquellas personas que gritan pero no se enojan y que no perdonan pero olvidan.

 

En el ángulo…


Y así la vida me pone siempre en el ángulo donde no puedo ir para atrás; estar inmóvil, tal vez, pero tampoco para siempre porque el respiro gangrena; la única vía admisible es ir hacia adelante y con una tolerancia de 45°.

Entender que todo es perfecto así como es en este preciso instante es el valor más inestimable que he adquirido en estos años ¡y el camino ha sido largo!.

El corazón me duele, señal de que mi sangre consiente.

No es necesario que me entiendas, en algún punto de nuestras vidas sentimos todos lo mismo.

 

Soñar con los ojos abiertos


De chiquillos damos vida a los primeros sueños con los ojos abiertos como si todo fuese posible. De hecho lo es, solo que creciendo comenzamos a cerrar los ojos cuando soñamos.

 

 

El punto de llegada


Creciendo comencé a cuestionarme sobre cómo funcionaba esta vida y siempre tuve la convicción de que cada ser tiene un solo y un único punto de llegada predestinado – que no es la muerte -.

La muerte a todos nos llega, no es única, no hace diferencia alguna, no excluye a nadie. La muerte es la única cosa que sabemos que nos llegará sin discriminación y, a mi modo de pensar, es lo que nos garantiza que seguiremos viviendo…

Todavía lo pienso.

Imaginaba, en aquel tiempo, que cualquier camino yo tomase me pasaría siempre algo que me conduciría a mi punto de llegada o que me encarrilaría si el desvío se estaba alargando más de la cuenta.

Era solo una niña, en ese tiempo solo pensaba, ahora lo creo.

En el mismo punto de partida


He dado un giro de 360° y me encuentro en el mismo punto de partida pero yo no soy la misma; la cintura alargada y esas dos desvergonzadas que sin pena se han plantado en el entrecejo no mienten, así como no miente este corazón que se siente renovado.

Me encuentro en el mismo punto de partida pero la mujer que está por partir es otra.

Es una perfecta incompleta, con un libre albedrío empoderado y una clarividencia que le dan la lucidez para enteder que no tiene límites sino los que ella se impone; que no está libre de problemas pero que prefiere verlos como oportunidades; que tiene la certeza que cuando se rebusca adentro, duele, y que sacar los esqueletos escondidos debajo de las costillas cuesta – por lo bajo un par de tachos de lágrimas – pero que luego el alma se siente ligera.

Todavía está latente en mí el amor por la escritura y el terror de dedicarme solo a ello.

Pero a este punto me digo ¿qué importancia tiene dedicarme solo a ello?… mejor vivir para contarla como decía Gabo.

Y es eso lo que haré, contarles lo que he vivido.

Cuando aniego


Cuando aniego en el agua salada de mis lágrimas yo revivo.

¿Qué más dulce y más amargo puede haber de las propias lágrimas?, allí donde residen las ilusiones de un ayer desvanecido en el libro de las memorias y de un mañana rociado del fulgor de los pensamientos.

Ha sido solo cuando he caído que he catado el gozo de la gloria y he sentido la paz y la serenidad del ser nada.

EL ESCRITOR HEREJE


Escribir de panza es una herejía en esta profesión.

¡Y qué más da si soy hereje! Sí, escribo de panza y aun así solo Dios sabe cuanto me ha costado alumbrar este par de frases mal cortadas; pero la cosa no me preocupa, si hasta el mismo Gabriel, siendo ya García Márquez, podía pasarse un día entero quitando y poniendo la misma coma y es que, escritor que respete el oficio, escatimará el uso de las palabras y de los signos como al agua en tiempos de sequía.

Si el reto no está en franquearse, que es la estrategia que yo estoy usando para poder arrojar algo, lo que realmente cuesta es enfrentarse después a tanta escoria aunque a la larga se le agarre el gusto y, supongo, que no haya nada de malo en ello: escribir como si no hubiese límite a la idiotez siempre que, a la hora de corregir, se lo haga con la esencialidad del hombre de las cavernas y la sinceridad del de las tabernas.

¡Un 2018 en éxtasis!


Lo que único que me extasiaba de «Sex and the City» era cuando Carrie escribía su artículo.

Han pasado por lo menos quince años y sigo probando esa sensación ¿cómo escribir lo que pienso sin pujo y sin vergüenza? Sin temor a la crítica, al ridículo, a sentirme inexperta, ignorante y no adapta. Sin nada que contar ni aportar.

Esa era yo. Ahora me acepto. Con faltas de ortografía y sin títulos, transpirando soledad y no tabaco. Sintiéndome en compañía de amigos que no conozco en esta búsqueda continua de respuestas del ser y su razón de ser en esta vida…

Me faltaba solo una cosa: lanzarme. Me he auto-extasiada.

¡Feliz 2018!